El país y el mundo estuvieron informados, sobrada y oportunamente, de la marcha contra la violencia, y por la paz y la justicia verdadera para todas las víctimas del crimen organizado, encabezada por el escritor Javier Sicilia, cuyo joven hijo acaba de ser asesinado por sicarios en Temixco, Morelos. Obviamente, con tal trato y cobertura por parte de los medios, la marcha, que partió de Cuernavaca y culminó con un gran mitin en el Zócalo de la Ciudad de México, se convirtió de inmediato en un cebo irresistible para los cazadores de aplausos y prestigio fácil y barato (organizaciones civiles de todo pelaje, partidos, personajes de la política, filántropos y, claro, medios de comunicación en busca de una imagen creíble y prestigiada entre la opinión pública). Nadie renunció, voluntariamente al menos, a esta oportunidad de gozar de su minuto de gloria y popularidad postiza a bajo costo.
Sobre la actuación de ciertos medios y de sus comunicadores “estrellas”, quiero subrayar el agudo contraste entre su comportamiento de hoy y lo que hacen y dicen cuando quien sale a la calle es la gente humilde, esa que lucha contra la delincuencia atacándola en su raíz, es decir, exigiendo mínima justicia social, un mejor reparto del ingreso nacional mediante la atención a sus modestas necesidades como agua potable, luz, drenaje, caminos, escuelas, hospitales, empleo, salarios dignos, etc.; esa que carece de líderes famosos y de elementos con “glamour parisién” e imagen “totalmente palacio”. Quiero recordar cómo los aplaudidores de la marcha por la paz chillan, calumnian e injurian a los “alborotadores”, a quienes atentan contra “los derechos de terceros”, piden cárcel para los líderes “corruptos que lucran con la pobreza de la gente”. Da pena ajena ver a estos rabiosos enemigos de la protesta popular, convertidos súbitamente en fervientes aplaudidores de lo que en otros momentos han satanizado y denunciado con toda la inquina y mala sangre de que son capaces, pidiendo la horca para sus protagonistas; ver a sus reporteros, expertos en armar “entrevistas” amañadas abusando de la ingenuidad de campesinos y colonos, para desprestigiar su lucha, ir hoy, mansos y sumisos “como un can de casa o como un cordero” que diría Rubén Darío, a la cola de la marcha por la paz, sufriendo lo que haya que sufrir con tal de llevar agua al molino de sus patrones. Ello es prueba irrefutable de que es verdad que en este país no sólo la riqueza material, sino también las garantías constitucionales son para los grupos privilegiados y para quienes tienen capacidad de hacerse oír, pero no para los desheredados.
Propongo respetuosamente a mis pocos lectores que estén atentos a las marchas y a la reacción de los medios frente a ella. Casi seguramente podrán ver materializada la discriminación en el doble discurso de algunos medios, en la doble medida que aplican según se trate de protestas populares o de gente con influencia o prestigio social: zalamerías, elogios y cobertura excesiva para éstas; ataques, calumnias y demanda de represión para la “plebe alborotadora”. Una lección de política práctica que nadie debe desaprovechar.